Carta de Daici Gonzálvez

Respuesta a nota de contratapa de Página/12
Carta a Enrique Medina

Rio de Janeiro, marzo 1991
Querido muchacho:
Soy Daicy Gonzálvez, no Darcy como me rebau­tizaste. Nos cono­cemos a través de los diarios, vos por la foto que sacó “O Globo”, esa de que hablás en tu nota, en la que yo salgo abriendo mi capa y mostrándome desnuda, imponente con mi masa corporal y mis risotadas y mis muletas, en el set a nadie le sorprendió, fue el último carnaval de Río. Y yo te conocí a vos porque una nieta que volvió este marzo de la Ar­gentina con un montón de pulóveres inútiles me trajo el artí­culo de “Página 12” donde hablás de mí. No es lo mismo, la foto es un momento y el cuento es una vida, entendés, vos contás mi vida, por eso la foto no me importó pero sí tu cuento, me gustó, me sentí halagada, universal, pero entre lo dulce y lo hermoso un ligero picor como el del ají me quedó en la gar­ganta, lo sentía hasta mucho después de que leí la nota, en el baño, en la cocina, cuando miraba la bahía, ni siquiera se iba cuando hacía esa escena donde riego las aza­leas y bugam­billas en la tira de Doña Beja. Hasta que ayer me des­perté y comprendí el por qué de ese gustito urti­cante: me ha­bías puesto en un cuadro, para vos yo era un cua­dro de una galería de cuadros, como la Gioconda que siempre se ríe y no puede dejar de reír, yo no era ya sino un cuadro titulado la hembra, la superhembra, la mujer que todavía a los ochenta y tres años continuaba siendo la reina del sexo. Amor selvá­tico, eterna risotada carioca. No es eso la fama lo que me disgustó te diré, pero tuve una sensación de estar in­móvil y aplastada como esas mariposas azules de las bandejas que compran los turistas, aplastada en la felicidad que me dibujaste y también encerrada, aislada por un marco de pesados relieves dorados, un cuadro que vos colgás donde te parece, entendés, por eso me decidí, yo que nunca escribo y con la ayuda de Iole, a descolgarme por medio de esta carta. Es cierto como vos decís que soy alegre, que mi padre fue alegre, más que yo porque en su tiempo no interesaba si arrancaban uno o miles de  árboles, daba lo mismo, pero yo, que cuido mis malvones, les sonrío y los acaricio tanto o más que a mis “senos” -para usar tu len­guaje elegante-, yo tengo una tristeza que no te­nía el viejo: la selva. Cuando hacemos tomas para la serie esa de Doña Beja se usa siempre el mismo pedacito, pero alrede­dor de la pantalla, lo que no se ve, es  árido y sucio. Al ver tanta mugre y polvo y manchas de aceite de automóvil no puedo dejar de re­cordar aquellos arroyos, los  árboles que libremente elevaban sus brazos al cielo, el pasto tierno y hú­medo donde me gustaba tirarme, mi cuerpo no lo olvida, ahora no, solo son sábanas, me resigno a solo sábanas bajo mi cuerpo, y sabés cuántas sábanas he tenido que lavar en mi vida -eso ustedes los varones nunca lo tienen en cuenta-, pilas de sába­nas, porque llega un momento en que resulta pegajoso y mo­lesto sobre todo con la calor, y peor si usás el colchón sin nada como cuando era joven y medio vaga, como dicen pan para hoy hambre para mañana. De cuando empecé a usar lavandina tengo las manos desteñidas. Así me quedaron aunque desde que conseguí el trabajito de extra me he modernizado, voy a los lavaderos automáticos o tenía antes una negra que me lavaba, porque te diré que nunca ningún tipo me lavó las sábanas. Sí, uno sí, estoy vieja y tengo poca memoria, éramos jóvenes, fue en casa de la patrona, como no podía salir lavó la de abajo, la estrujó y la puso sobre la de arriba, las dos sobre noso­tros, y a la mañana con el calor de los cuerpos estaba seca. Bueno, esto de las sábanas es un detalle y no quiero entrar en detalles, como la comida por ejemplo o la bebida o el piso. Es cierto que el pelo me lo cepillo siempre como vos contás, ya no me crece tanto y además como es crespo parece que se acorta, pero me lo trato de dejar largo porque así a ellos les gusta más, es una costumbre que me quedó. Una sola vez recuerdo que lo usé bien cortito, porque me habían agarrado piojos -fue por culpa de un tipo de la vuelta que se había contagiado de la hija que iba a la primaria hasta que tuvo el bebé-, me sentía alegre y fresca, con la cabeza liviana y el aire por todos lados. Fue la única vez porque me di cuenta que engancha más el pelo largo, se trabaja más, aunque sea desparejo o deshilachado o canoso como ahora el mío. Es así, los tipos ven el pelo suelto o la raya en el escote o la pollera ajustada que marca las redon­deces, con un tajo mejor, o el color rojo, milagros del color rojo, en la boca, en las uñas, en la ropa, y otras cosas así, y se van detrás, no te quedás sin clientes. Claro que en ese tiempo del pelo corto lavé menos sábanas y hasta se me ocu­rrió leer en las siestas un pedazo de una enciclopedia con dibujitos lindos y hasta ir al cine, era como si estuviera de vacaciones aunque no me había movido de Río. Al payo que viene ahora -quién te contó, cómo te enteraste- le gusta verme cepillándome el pelo, los “senos”, los zobacos, también traslado el cepillado a los pelos que tiene, rubios en la ca­beza, oscuros entre las piernas, y bueno, eso me da placer, es como un sauna, un juego tranquilo, pero yo ya me empecé a sentir aburrida, el tipo ese debe tener algún raye, pero den­tro de todo no resulta tan cansador y como a él le gusta mu­chas veces me aguanto de meterle el cepillo sabés dónde por­que de todos modos me gano unos pesos cómoda. Mi viejo decía que el problema no está en lo que uno hace sino en tener que repetirlo siempre igual porque alguien te lo pide, por eso él hacía siempre lo que tenía ganas, pobre mi mamá, pero yo no soy igual que él porque soy mujer y muchas veces me las tengo que aguantar. Y bueno, después de todo -siempre hay un des­pués de todo- cepillar tiene la ventaja de que es suave y fá­cil, en cambio otras cosas, vos decís que soy la reina, que tengo las puertas siempre abiertas, pero no creas, de algunas cosas ya estoy un poco cansada, eso nadie lo sabe porque yo trato de que no se enteren, y además hace unos cuantos años me quedé como seca, necesito vaselina o alguna crema, el loco de Alcides usaba Brylcrem, me la conozco palmo a palmo, por ahí pasaron tantas cosas, me emociono todavía pero a veces no sé si es la emoción o el recuerdo de la emoción, sabés qué me pasa, no es que no me guste o que me haya aburrido, pero es que siento que por ahí se me ha ido mucho jugo, entendés, no es solo líquido sino como el jugo de una fruta, que tiene aroma, sabor, frescura, color, ideas, pensamientos, es como que largaba mucho jugo y me quedaba como seca, vacía, desvas­tada, aunque siempre me compensaban pero lo que se me iba sa­lía de más adentro. Ahí era cuando me parecía que tenía la cama pegada a la espalda como la tortuga pero patas arriba y pensaba en lo lindo de volar, del aire. El aire, el cielo, el vientito fresco. A veces la pieza me ahoga y tengo ganas de la frescura del arroyo y del aire de la noche. Y a veces tengo ganas de que venga mi nieto, el más chiquito, se siente en esa silla, y allí me quedo escuchándolo, sin hablar porque yo no le podría decir nada sobre el marketing y el largo plazo, o la otra que sabe lo del ADN o el que es eléctrico y me explicó lo de las luces cuando hacen las películas, y lo hacen con tantas ganas que pienso en la belleza de esos mundos que yo no entiendo, tan mundos como los míos pero más frescos, como las estrellas tan lindas frescas y lejanas que ahí empiezo a sentir rabia por este colchón y estas sábanas siempre pegados a mi desnudez aplastante, aplastada, olorosa, sudorosa, y entonces pienso si no será porque vos me querés ver así, una leona, una hem­bra que brama y te obliga a perderte en la borrachera del or­gasmo. No te voy a negar que soy feliz y alegre como vos de­cías, porque a los 83 años ya se aprendió a ser alegre por la vida sola, a que los dolores vienen porque uno vive y si uno no aprendió eso no vive, soy alegre es cierto, no puedo ser de otro modo, no puedo dejar de ser alegre porque así me di­bujaron los pendejos y los viejos y no tan viejos con los que a veces gocé y también otras veces tuve que dejar contentos, tengo dibujada la arruga de la risa, ya no se me borra aunque esté seria o descansando. Lo que no sabés es que cada vez soy más feliz así, cuando la risa es solo un dibujo y puedo char­lar conmigo o mis plantas, más feliz que cuando hago que me río para poner contento al que me visita y así se vaya tran­quilo y pronto y me deje unos reales porque cuando están con la onda triste por lo general llevan más tiempo. No sé si me entendiste lo que te quise decir, tal vez ahora que me salí del cuadro ya no te intereses más por mí pero las cosas son así, y ahora que te las dije me siento aliviada y soy capaz de despedirme con un beso amistoso. Cuando quieras, muchacho, te espero.
Cariñosamente,
Daicy