Mi papá era lector asiduo de “La Prensa ”, lo consideraba el
mejor diario del país –nunca había salido de la Argentina- ;
actualmente, para reivindicación paterna, amigos historiadores me confirmaron
que tenía razón en sus gustos, aunque en mi niñez lo juzgaba cosa de viejos.
Bueno, debo aclarar que aunque no era un guapo de los de cuchillo, sí era del
900.
Sobre todo le gustaba el
rotograbado de los domingos, que venía en color marrón. Allí leía las notas que
ahora pienso serían de crítica literaria, de teoría política, pero yo recuerdo
solo los artículos de historia – o historiografía- y algunas ilustraciones,
llamativas para la época pero pobres si las comparamos con las que hoy aparecen
en los medios gráficos. Trataba de preservarlos de la destrucción
indiscriminada a la que están expuestos todos los diarios que guarda uno, ya
que después de un tiempo no se sabe dónde está el artículo que había despertado
nuestro interés, para lo cual solía recortarlos y guardarlos en sobres o lugares
especiales donde casi siempre igualmente se perdían. Me viene a la memoria un
artículo sobre Manuelita Rosas que había pegado prolijamente en un ‘soporte’
más rígido, un grueso cartón torpemente recortado, y ahí permanecía en un cajón
de la mesa, más amarronado aún por la acción del tiempo sobre el pegamento, que
en esa época era engrudo casero.
Mi mamá, práctica, desdeñaba
estas inclinaciones y en aras de mantener la prolijidad y el aseo barría con
todo papel suelto que encontraba –ya se sabe que el papel de diario larga feo
olor, junta mugre, polvo, se pone amarillento y quebradizo, se disgrega en
pedacitos pequeños, cualidades que están en relación directa con su antigüedad.
Ella siempre tuvo incorporado el mandato de ‘emprolijar’, lo que incluía la acción
de tirar todo lo que no era necesario y andaba suelto, con el consiguiente
enojo y gritos de mi papá que terminaban en que ella aceptara finalmente no
tocar lo que él hacía, sobre todo esos recortes pegados laboriosamente sobre
cartón duro. Pero en realidad ella también apreciaba “La Prensa ”, no tanto por los
artículos sino porque era el único diario que se leía en mi casa y al que
varias veces a la semana tomaba, separaba algunas hojas, las doblaba
cuidadosamente marcándolas con las uñas, luego volvía a doblarlas y finalmente
con un cuchillo bien afilado las cortaba por el doblez, convirtiendo así la
hoja de diario en rectángulos casi todos de igual tamaño, que apilaba con
esmero y, ejerciendo presión los atravesaba por el centro, en la parte superior,
contra un clavo fijo en la pared, de donde quedaban colgando, a veces levemente
inclinados si es que al agujero no había quedado bien centrado.
Siempre acepté pasivamente esta
forma de resolver los problemas domésticos, que a partir de cierta edad me permitió
también ejercitar la lectura. Resultaban así aleatorias las propagandas y las
noticias, que necesariamente aparecían recortadas.
Pero yo desde entonces amo las
manzanas, y sobre todo las peras –amarillas, alargadas, de delicada piel-
porque venían envueltas en unos papeles suaves, muy delgados, de un blanco
traslúcido, prácticamente sin ninguna inscripción, sin tinta y sin ese olor a
solvente de los impresos. No era quebradizo y áspero como el papel de diario,
recordaba la mano de alguna trabajadora anónima, allá en Río Negro, que
amorosamente envolvía la fruta, casi sin tocarla, y la depositaba ordenadamente
en el cajón de embalaje para su venta. Por eso, cuando a pesar de los apuros
económicos –que eran justamente los causantes de que en mi casa se usara papel
de diario- mi mamá compraba fruta seleccionada en su correspondiente envoltura
de papel, mi piel lo vivía como una fiesta.
Ahora me gusta más la manzana a
granel porque no es uniformemente perfecta, uno puede encontrar un buen
ejemplar, grande y rojo, aromático, entre otros muchos de tamaños desiguales o
de formas no canónicas pero igualmente bonitas en sus diferencias. Es como si
estuviera recién arrancada del árbol, menos ‘fabricada’. Ya no necesito de la
fruta seleccionada, me preocupo de estar siempre provista de una buena cantidad
de rollos de papel higiénico. Cuando me falta, cosa que ineludiblemente cada
tanto ocurre, pese a mis previsiones, no puedo dejar de recordar las tiranías
en pro de la economía que quedaron como recuerdos ásperos de la niñez. Son
elecciones, cada uno corta por algún lado. Así y todo no perdí la costumbre de
leer, simplemente leer, lo que venga, derivada tal vez de aquellos recortes
azarosos de los diarios. Es casi un acto reflejo. Manzanas y peras
1 comentario:
ahora que se habla de manzanas y peras... desde otro lado, este cuento es de hace 5 o 6 años
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