Penélope

Cuando salía de la cochera detuve un momento el auto y lo saludé sonriendo, entonces él me tocó el brazo, me di cuenta de que pasaba algo más, hasta ese momento se había limitado a tocarme con la mirada solamente pero entonces rozó sin necesidad el brazo izquierdo que yo tenía apoyado en la ventanilla del lado del conductor, haciendo una presión un poco mayor de la necesaria sobre la tela liviana que lo cubría. Hice como que no me daba cuenta del fugaz contacto pero aproveché para degustar de paso esa sensación de los dedos, aunque ni siquiera nos tuteábamos. Me halagaba pero no pasaba nada, no podía pasar nada. A pesar de la yema de sus dedos sobre mi brazo había demasiada distancia. Pero también demasiada complicidad repetida, ya no era sorpresa y empezó a pesarme como un ritual que había perdido toda ingenuidad. Al final prefería no ir a buscar yo el auto y en cambio le pedía a Felipe, el amigo de las chicas, que es tan servicial, que lo hiciera. En esas ocasiones, cuando él me lo traía, sin que se diese cuenta miraba desde el balcón su silueta fuerte, elástica, que bajaba del auto con dinamismo, luego el infaltable demorarse con el dedo presionando sobre el timbre, yo sin preguntar quién era le abría desde arriba, además esa clave secreta sin ponemos de acuerdo antes, su forma de llamar, llegaba y me daba las llaves y ahí casi siempre teníamos un diálogo un poco en broma, o tomaba unos mates, o nos movíamos como en esos pasos de presentación que me enseñaron en la escuela para bailar la chacarera o el gato, en que cada uno se aproxima pero sin tocarse, manteniendo una distancia mínima, hablando entre risas de cualquier cosa o a veces sí de algún tema, y mientras quedaba retenido por ese diálogo mágico yo me complacía en mirarlo, sus brazos fuertes que levantaban la caja llena de libros o su cintura fina o las formas cubiertas de su sexo bajo el vaquero, entonces bromeaba sobre el viejo de la cochera, que él me iba a buscar el auto porque el viejito, aunque yo ni lo tuteaba, él sí a mí, como que era más chica aunque no sé cuánto, me quería seducir, lo cual en realidad me hacía sentir halagada pero a veces me pesaba, no sabía qué hacer aunque siempre zafé bien de la situación, igual durante unos cuantos meses no le llevé el auto, dejé el auto en la calle, y él cada tanto me mandaba avisar que no me iba a cobrar la cuota entera, como si de plata se tratara, dejé que pasara un tiempo, luego volví a guardarlo y aprendí a tratarlo como si nada.
El otro día que tenía que llevar a Carlos me las ingenié para ir a buscar sola el auto, no quería que el viejito lo viera. Porque por ahí a Carlos se le daba por ponerme la mano en el hombro o por darme un besito, aunque sea en la mejilla, y el viejo puede interpretarlo mal y se pone celoso y pesado, aunque no sé por qué tiene que molestarse. Menos mal que Carlos estuvo solo unas horas de paso por la ciudad, no me fue difícil tratarlo durante apenas un ratito, porque cuando lo conocí en las jornadas y la otra vuelta que vino a visitarme se pasaba de amigo y con sus labios blandos me quería besar en la boca, o por ahí me envuelve tiernamente en los brazos, muy suave pero yo no sé qué hacer, porque es lindo sentirse así contenida, reconfortada, como que te dan a entender que te quieren, que gustan de vos, pero eso no se queda ahí, siempre avanzan, y el arte está en eso, en mantenerlos en el límite.
Por suerte el día que vino Carlos, que vive con su familia a más de quinientos kilómetros, no se cruzó con nadie más, que es lo que yo me temía, ni siquiera con Roberto, que suele venir con cierta asiduidad, a quien yo llamo para mis adentros mi Joe di Maggio. Ojo, no es que sea fanfarrona y me sienta una marilyn, es por cómo es él, es mi incondicional, un dulce, además tengo que decirlo, tiene un abrazo cálido, se acuerda de las fechas importantes, a veces nadie se acordaba ni de mi cumpleaños y él sí, y aunque alguien piense que cuando una es grande eso es una zoncera, qué importante que resulta por lo menos un saludo, y con esa ternura. Está ahí siempre firme, con ojos lastimeros y fieles como los de Hoyi, mi mezcla de danés y callejero, por eso a veces es el que más consigue, consigue una caricia, un estar cerca, porque es grande y fuerte, es difícil salir de sus abrazos aunque yo soy escurridiza y no me puede. Lástima que le falte un poco de ese no sé qué necesario para ser feliz, por eso no vale la pena  exponerse, yo sé que no va a pasar nada, pero no puedo negarme a esa dulzura de sentirlo cercano a mí, además de que en realidad no tengo que poner nada de mi parte, al contrario, es como que él me obliga y como quue yo siempre me escapo pero me demoro un poquito a veces y lo dejo que se engolosine y de paso me concedo un pequeño disfrute, como obligada, aunque ahora lo noto un poco triste desde que me he puesto más empeñada en ponerme seria porque la verdad solo me interesa Franco, y entonces no quiero ni que me roce el codo, así que lo trato muy secamente casi siempre y besos en la mejilla, nada de la boca, a veces sin que me dé cuenta pone sus labios en los míos y entonces hay como un instante que sí pero enseguida los saco, no sé cómo no se aviva de que lo rechazo, o tal vez sí, pero debe de pensar que si persevera en la espera (sé que esa es su estrategia, a más de los ojos dulces) y me hace algunos regalitos a veces, no muy valiosos porque me comprometerían mucho si los aceptara, pero regalitos al fin, por eso yo para mis adentros lo llamo y no por presunción de mi parte, no lo tomen por ese lado, lo llamo mi Joe Di Maggio, salvando las diferencias.
Es como la presencia que está siempre, el hilo que va de arriba abajo, el punto revés de las guardas. Está siempre. Cada tanto se desdibuja cuando toma relieve una torzada, una lazada, o un hilo más oscuro, como Luis, que es morochito, tipo del interior, ahora hace mucho que no me llama, sé que sabe o cree saber que algún día se dará, de eso está seguro, no tiene apuro, y por eso fue que al final y al cabo es con el único con quien tuve algún tipo de encuentro más seguido, y es que no podía ser de otro modo, me gustaba que me buscara, pero él sabía cómo hacer para que la búsqueda no quedara ahí, es paciente, nunca lo vi enojado, y algo pícaro, al final estos provincianos la matan de callados pero después se salen con la suya aunque conmigo no, en eso les dan lecciones a tanto porteño y tanto capitalino, además la juegan de humilditos, muchas veces fue tierno conmigo aunque claro, no pude seguir con él, empecé con eso de que tiene mujer e hijos y que los quiere mucho, que al final lo que hacía era querer sacar ventaja de mí, y por qué yo exponerme. Además que eso fue hace mucho, ahora de veras me gusta Franco, desde que lo conocí me decidí por él, lástima que lo veo poco, porque aunque es un tipo libre está siempre muy ocupado, a veces no tiene tiempo ni para hablarme por teléfono, pobre.
Pepe me invitó a ir a su casa. Le dije que no puede ser y como insistía tanto, al final le dije pero no me gusta que me insistan así, y eso lo hizo callar porque se dio cuenta de que era peor, pero él está firme ahí, otro Joe Di Maggio aunque aparece cada tanto, no está siempre, y con él me podría divertir, es un tipo lúcido y sin trabas, aunque eso en el fondo no es tan bueno porque a una la quieren también sin trabas, y entonces por ahí no se conforman y quieren que una haga cosas que no está acostumbrada, además claro la voz, tiene una voz fea, no solo eso, respira con mucha dificultad porque es un gran fumador, pero qué jodida si no soy capaz de pasar por alto eso, y bueno pero a veces esa dificultad lo pone tenso, y entonces es como que quiere gritar pero no puede y le sale una voz lacerante, desgarrada, debería no hablar pero cómo habla, es demasiado intelectual, eso es lo que tiene, para qué tanto, nuestras conversaciones son silogismos que se van enlazando unos con otros, aunque no tanto como con José María, la vez que vino a casa estuvimos hablando razonamiento va razonamiento viene como cinco horas seguidas, y sabe de todo y una dice algo de historia y ya está él complementando, y las cosas no terminan nunca, siempre tienen una nueva vertiente, un nuevo detalle, una consecuencia inesperada, además que está la actitud solidaria, la lucha por la justicia, que es bárbara y yo estoy de acuerdo pero no termina más, y por supuesto cómo va a terminar, si la retahíla de injusticias es infinita y da para que vivan hablando sin parar hasta el día de la muerte todos los José María del mundo, y yo me pregunto cómo se las arreglará en la cama, porque usa unos pantalones anchos y desplanchados que parece una vieja con pantalones. Lo conocí en las reuniones que dirige Pedro, totalmente lo opuesto, Pedro es bárbaro, habla sonriendo, es jovial, es demasiado joven pero igual es lindo oírlo, a todas nos gusta escucharlo sobre todo cuando se pone en contrapunto con Juan, el otro divino pero tan lejano, que puede ser su padre, con esa cara siempre seria, como que recuerda tantas experiencias vividas, tantos encuentros con músicos y cantores. Me gusta escucharlos a los dos en las reuniones culturales que tenemos los jueves, vamos unos cuantos amigos y amigas y la pasamos rebién, después me vengo a mi casa, busco algún mensaje de Franco en el contestador, ceno alguna cosa calentita, con la tele baja por si llama, ya tarde me voy a la cama, como ahora, si hace frío me llevo la bolsa de agua caliente, entonces me pongo a recorrer la maraña que se me fue tejiendo durante el día, la voy desenredando, deshaciendo los nudos, volviendo a armar la madeja, voy envolviendo el hilo como hacía mi mamá cuando yo era chica, que agarraba un cartón o cartulina y lo doblaba para hacer una especie de carrete, alrededor iba apretando la hebra mientras yo sostenía entre los dos brazos en paralelo y las dos manos tensas la madeja de lana, yo también hago ahora un carrete con un cartón doblado que en el medio esconde una foto, una cara borroneada por la lejanía, hasta formar un ovillo lo más grande que podía para después empezar a tejer, a tejer, los puntos o las guardas, las mezclas de colores, las mallas ensartadas unas con otras hasta terminar, algún día, el pullóver. Y mañana qué sé yo, será otra vez enlazar los momentos y envolver el hueco que queda entre las manos, con su imagen anidada, bajo el sol tibio, en un parque.