Tanguera

Me acunaron tangos.
No hubo nanas en mi cuna, las conocí cuando estudiaba para maestra, una profesora de literatura me dijo que eran canciones que las mamás cantaban a los bebés allá en España. A mí me sonaban raras y, si bien las aprendí de memoria, decidí que no se las iba a leer a los chicos porque se reirían, no las entenderían. Porque ellos, como yo, somos menos refinados que esa profesora, a mi mamá solo le escuché tararear alguna cancioncita italiana o algún tango de Libertad Lamarque, su ídola. Mi papá, porteño fanático, celoso cuidador de su ojiva radioeléctrica, de las primeras galvánicas, no recuerdo si se preocupaba en hacerme escuchar alguna música pero como era el dueño de la radio siempre que estaba en casa ponía audiciones de tango.
No sé si me gustaban pero fueron la música de fondo de la película de mi infancia. Tanto que constituyeron mi lenguaje, la primera lengua. Por eso, a veces no soy yo la que hablo, son los tangos que hablan por mí.
Por ejemplo, hace unos días, bajo la ducha, dejaba que el agua y mis manos envueltas en espuma acariciaran mi piel, mientras me envolvía el perfume del jabón de tocador, parecido al de las madreselvas en flor de la vieja pared. El perfume denso, el recuerdo del sabor dulzón de la flor cuando mordíamos el cabito, me traían los recuerdos de mi niñez sin esplendor. Qué frase fuerte. Para cuántos sonaba. Después pura y feliz cuando el primer amor, hasta descubrir que amor y fe mentiras son y del dolor se ríe la gente. Amarga filosofía de arrabal. Por eso,  hoy que la vida me ha castigado y me ha enseñado su credo amargo, solo quedaban en pie la vieja pared y las madreselvas amigas para escuchar la pregunta sin respuesta: ¿por qué ya no vuelve...? Y me dejé envolver por esa sensación tristona que parecía escrita para mí, mientras la melodía sonaba en mi interior una y otra vez y escuchaba el reclamo en la voz aflautada de la cantante.
No por demasiado tiempo. Vino después la reflexión, más tarde la charla terapéutica. Además una también tiene que salir a hacer las compras, algo de limpieza, y por supuesto las lecciones, los trabajos prácticos. Y también están los otros, porque con que me escuche la flor no alcanza: las amigas y amigos, el rotisero, las compañeras del instituto. Mucho insistir en el abandono y el desengaño, motivos de la confidencia, cuando me acerco a vos y te digo como ayer. No se puede seguir pegada hablándole a esa vieja pared, las luces de neón borraron la sombra compañera y se llenó de voces y rostros la vida, ya no estoy sola, madreselva, madre selvática.
El tango con su letra me facilitaba un relato paralelo a lo que era mi vida, pero ese desengaño también había sido un aprendizaje, y además por otro lado él tal vez no pudiera revertir ese dolor de ausencia, porque también tenía su historia que hacía poco me había confiado. No me podía querer, no tenía amor para ofrecerme, porque él era uno que había buscado el camino lleno de esperanzas pero esa búsqueda había terminado en un frío cruel que lo maldijo y mató toda ilusión. Por eso, vacío ya de amar y de llorar tanta traición, me confesó en tercera persona que uno se ha quedao sin corazón. Y ese era a quien yo esperaba, pura expresión de deseos imposibles: si yo tuviera el corazón que perdí... si yo pudiera querer… si yo olvidara… si yo pudiera amarte… condiciones que no se iban a dar y que condenaban mi esperanza: me abrazaría a tu ilusión para llorar tu amor… Me pregunté: ¿todo eso tan solo para llorar? Pero las letras de canciones tienen eso de que se pueden remplazar algunas palabras, con tal de que se mantenga la cantidad de sílabas. Ahí pueden andar también: vivir, sentir, gozar
No sé por qué me venía este tango, cuestión de ritmo, de melodía, me retumbaba adentro aunque las palabras eran letales: uno está tan solo en su dolor, uno está tan ciego en su penar… como aquel que sufre en vida la tortura de llorar su propia muerte…Muerto en vida, nada más triste. Y me dormí con Uno. Durante el sueño, que dicen que la mente procesa  lo que vivió en la vigilia, debo de haber meditado sobre esa situación descorazonada del personaje porque cuando me desperté vi claro que, si en verdad él se ha quedao sin corazón, sin que le pudieran haber hecho a tiempo algún transplante o algo así, nada podía hacer yo, nada podía esperar, él no iba a cambiar, la que debía cambiar era yo, por eso debió ser que desperté con el repertorio cambiado.
En efecto, antes de lavarme la cara, antes de saber que estaba despierta, oía dentro de mí la antigua vitrola interior que me susurraba otro tango: esta noche, amigo mío, el alcohol nos ha embriagado -aunque recordaba haber tomado jugo de naranja- qué me importa que se rían y nos llamen los mareados. Y dale con esta noche, amiga mía… Lo tenía pegado en la boca y en la oreja, no entendía por qué. Mareada. Raro, a hora tan temprana de la mañana, nunca bebo a esa hora. Varias veces dije que estaba como borracha y los que tenía cerca se asustaron, pensé que podía ser por el pesado perfume a madreselvas del día anterior. Pero la insistente presencia de esos compases tenían que ver no con la borrachera sino con que simplemente abrían la estrofa: cada cual tiene sus penas y nosotros las tenemos, para desembocar en los versos de cierre: esta noche beberemos porque ya no volveremos a vernos más. Sobre todo esto último. No volveremos. A vernos más.
Qué desazón, qué desconsuelo. Pero no había otra. Sí, mi amigo: hoy vas a entrar en mi pasado, ya hubo suficientes lagrimones ayer junto a las madreselvas, porque sos ese uno, el que no tiene corazón, no va más, hoy nuevas sendas tomaremos, es cierto qué grande ha sido nuestro amor, si hasta había escrito aquello de “te amo / porque sos como el aire / que hace temblar mis ramas...”, y sin embargo ay, mirá lo que quedó, por eso esta vez seré yo la que asuma tu propia confesión para decidir que a partir de ahora vas a entrar en el pasado de mi vida.
Linda letra, linda música, un final tan triste pero necesario, no podía despegarme del tango, ya no volveremos a vernos más, aunque me negaba a oír esa frase que volvía y volvía como en ritornelo, como la máquina del movimiento continuo con la que soñaba mi tío el inventor. En eso sonó el teléfono. Una voz de hombre del otro lado me preguntó cómo estaba, en un tono que daba a entender que me conocía de siempre, como si hiciese un rato que hubiera estado conmigo. No dijo quién era, no por hacerse el misterioso sino porque daba por seguro que yo lo reconocería. Ese gesto de omnipotencia me puso nerviosa, me desconcertó y, si bien no logré identificarlo al toque, rápidamente busqué en los archivos de mi memoria mientras hacía una pregunta cualquiera para darme tiempo y para pescar algún indicio ya sea semántico o fonético que no me hiciera meter la pata. Lo reconocí. No lo podía creer. Era Uno, el mareado, el personaje de mis pláticas con las madreselvas, el mismo que había perdido el corazón y que se había apoderado del mío. Me llamaba para que lo acompañara a hacer los trámites de la casita que iba a construir en las afueras, adonde -no sé si en un sentido literal o metafórico- me iba a llevar, porque ahí iba a poder ser libre e íbamos a estar cerca el uno del otro. Cuando oí eso, sin darme cuenta se me saltó el dial y sonó el ritmo alegre de allá en el rancho grande, allá donde vivía. No era tango ni porteño pero no importa, porque soy tanguera pero canto también otros ritmos, no soy fanática y monomelódica como lo fue mi padre.
Y fuimos a la Municipalidad. Qué alegre la mañana llena de sol en la ciudad vecina, a cielo abierto, muy próximo el río, aire nuevo, ya clausurado el tugurio donde bramaban los mareados, acá había árboles, pasto, casitas soleadas. Y el viaje juntos, allá en el rancho grande lleno de flores y hasta de madreselvas también, por qué no. Seguía resonando en mis adentros la canción que aunque no sea un tango es de la tierra adonde se fue la Libertad, después de llorar lágrimas de amargura junto a la dulce enredadera que encapsuló por siempre sus amores y sus desengaños.
Y bueno, hechos los trámites, cuando volvíamos del viejo edificio municipal qué cosa mejor que un villancico norteño para saludar lo recién nacido, por eso marqué con fuerza los compases de al niño contemplan María y José, y van los pastores mirando a los tres. Y sí, adiós tristeza, los ángeles cantan la gloria de dios. Después, para completarlo, qué mejor que subir y subir con las notas altas de la soprano en el Alleluyah de Haendel: alleluyah, alleluyah, alleluyah...